MUNDO 2009 OKWEB23OC23/10/201104:45TOROSAl toreo le falta un mechón blanco l La capi(7188474)23/10/1103:03SEGUNDAAl toreo le falta un mechón blanco
La capilla ardiente de Antoñete se instalará mañana en la Monumental de las Ventas17050.327132043.162271999.994161311.9560.0000.000ZABALA DE LA SERNA / Madrid
La llama de Chenel se ha apagado lenta como su toreo, sin oxígeno -un enfisema pulmonar-, en el Hospital Puerta de Hierro; queda el antoñetismo, que se manifestará a partir de mañana en la capilla ardiente que se instalará en la Monumental de Madrid. La religión del antoñetismo quedó revelada definitivamente desde el monte de Las Ventas del Espíritu Santo en los 80: «En verdad os digo...» Antoñete volvió a su casa, su plaza, su ciudad, en 1981 desde el exilio en Venezuela. Traía un hatillo sencillo, la madurez de la cincuentena vivida, fumada y noctámbula, la torería añeja y la sabiduría sepia de toros y terrenos macerada en la barrica de la derrota. Vuelta a lo clásico, al tronco de Rafael Ortega/Antonio Ordóñez/Antoñete. Sí, pero Antonio Chenel no toreaba como toreó en los 50, 60 y 70. El toro es otro, y las facultades también. El torero del blanco mechón y los pulmones negros... Redescubre las distancias, los metros regalados al toro en el inmenso ruedo venteño, el sentido de la colocación y que torear es verbo que empieza antes de. Del cite, el embroque, la reunión, el pase. «Pronto y en la mano», era una de las máximas del maestro. «Dejad al toro donde esté», otra. El ahorro de capotazos, el desgaste innecesario de embestidas. Nos cautivó a toda una generación. A la nuestra y a una superior que compartía un mismo sentimiento: así no habíamos visto torear. El medio pecho ofrecido, la perfecta geometría del giro sobre los talones, el valor a una edad inverosímil.
José Carlos Arévalo tiene escrito que «en el arte de Antoñete, el desgarro es armónico y la armonía es profunda. Sentimiento y razón están compensados. Su toreo es una pasión lúcida. Por eso sus faenas son perfectas: bordan el canon y lo traspasan. Y el público las vive en pie». No más de 30 muletazos. A Cantinero pongo por testigo. Y luego venían aquellas Puertas Grandes tumultuosas, precisamente desgarradas, con el viejo torero desmadejado, roto en lágrimas que caían sobre la seda de sus vestidos malva o rosa y oro, tan suyos como el cigarrillo inseparable de su mano y su estampa eternamente envuelta en humo. El sello de su muñeca rota y mal soldada en Frejus (1967) le confería personalidad cuando encendía el toreo o el enésimo pitillo del día; los huesos descalcificados de posguerra se quebraban en cada caída que precedía a una caída mayor, siempre que se presentía la gloria o el jodío parné llamaba a su puerta, un caché mayor que al final cotizaba aquella turbamulta de monstruos que le rodeaban en los 60 de Puerta, Camino, Ordóñez y Viti, El Cordobés y Palomo.
Los registros humanos de Chenel basculaban desde el pícaro castizo, travieso, superviviente y golferas que sucumbía a las madrugadas y el burle al torero generoso, cabal y señorial que en 1983 le ofreció escoger a Manolo Vázquez sus tres toros de la despedida en Sevilla, mano a mano de veteranos.
«Dios me dijo: tú vas a ser un buen torero, pero nada más. Éste [y hacía el gesto de contar billetes con las yemas de los dedos] ni tocarlo», solía decir. Como si ser un torero tan grande fuera poco. «Soy lo que soy gracias a Madrid, en Madrid y por Madrid» y miraba la ciudad levítica desde los altos de Navalagamella, la tierra que habitan Karina y Marco Antonio, frutos todos de una de sus reapariciones, de la reaparición con mayúscula que se escribió en los 80, entre naturales con aroma de Chenel y aquella media verónica abelmontada que perdura en la retina de quienes hoy hemos perdido una época de nuestras vidas. Su último paseíllo nos la ha arrancado de cuajo. Hoy al toreo, más que nunca, le falta un mechón blanco.
Obituario en página 2217009.949161676.496272065.855387630.6620.0000.00013809321.JPG68910.431162452.837271999.994332068.1670.0000.000El legendario matador de toros Antonio Chenel, Antoñete, en una imagen tomada en el año 1998. / PEDRO CARRERO68910.440332068.167272000.003335772.3330.0000.000