MUNDO 2012WEB19SE19/09/201321:30ESPAÑAAgosto fue la eternidad (17943244)19/09/1302:19ELMUNDO.ES/$Caso Bárcenas/$8498/$Rosa Díez/$3479/$Congreso de los Diputados/$3333/$Mariano Rajoy/$2500ELMUNDO.ORBYT/$Sala de columnas/$Manuel Jabois/$columnas/$PRIMERALa semana pasada a las nueve en punto empezó a caer agua del techo del Congreso y se inundaron las tribunas. Siete días después, cuando se creía el problema solucionado, dio comienzo el debate y se filtró directamente Rosa Díez. Varios obreros llegaron a asomarse al hemiciclo para saber qué había fallado; las taquígrafas empezaron a soplarse los dedos, como cuando uno sale del banquillo por lesión del compañero y calienta en dos minutos. La portavoz de UPyD, tras observar satisfecha el efecto causado, preguntó si no creía que un presidente debía dimitir al haber mentido en sede parlamentaria.
El desdén de Rajoy por Díez es parte del folclore de la cámara, como los ex agujeros de Tejero. Se debe a una aversión profunda que Rajoy trata de disimular afectadamente poniéndose británico. Cualquiera que conozca la psique del presidente sabe que cuando levanta la voz y endurece el discurso es que el asunto le importa un pimiento y considera poco a su rival. Es en el repliegue –que llega a ser físico, pues cada vez que Díez pide la palabra Rajoy echa la silla para atrás, como si de repente se activase una orden de alejamiento– cuando se le nota molesto. Nunca fue tan feliz Rajoy como cuando Rosa Díez le dedicó cien mil preguntas y consiguió no contestarle a ninguna. No es miedo político, sólo le saca de quicio. Al terminar Rosa Díez su intervención a Rajoy sólo le faltó dirigirse a Gorriarán y hacerle la pregunta que le hace mi padre a mi madre cada vez que le pregunto algo en la mesa: «¿Qué me quiere éste?».
Por supuesto no sólo no le respondió sino que dedicó sus esfuerzos a conseguir que se hiciese evidente que no lo hacía. El presidente del Gobierno se remitió al 1 de agosto. Está todo dicho allí de tal manera que en esas actas se mete a trabajar un historiador y encuentra un discurso de Pedro Madruga. Ya va camino de ser una fecha mítica, el día en que todo se dijo; casi una película de Will Smith. «Oiga, es que se dirige para aquí un meteorito». «Yo, señoría, ya lo dije todo cuando lo tenía que decir». Lo de Díez, con ese tono suyo tan poco adecuado para las nueve de la mañana –debería ser diputada vespertina–, fue parte de la coreografía involuntaria en que se han convertido las sesiones del Congreso, con la oposición golpeando el pecho del caso Bárcenas y preparándole un chute de adrenalina como el que resucitó a Uma Thurman. Sólo que Rubalcaba no es Travolta.
Soraya estaba haciendo con Bárcenas lo que yo cuando había partido del Madrid y alguien avisaba a la Redacción de un muerto: meterme debajo de la mesa a esperar que se pusiese otro. El partido del Madrid de Soraya es la sucesión y Bárcenas a ella le queda al fondo a la derecha, pero Rajoy la llevó allí ayer entre palabras amables, como a un niño el primer día de clase. Tampoco contestó a las preguntas, pero al contrario que Rajoy se esforzó en fingir que lo hacía. Dio cera al PSOE con mucho brío, algo que podría hacer un armenio cinco minutos después de coger el taxi en Barajas, y pidió la moción de censura románticamente, como una miliciana que se abre la camisa y pide que le apunten al corazón sonriendo de medio lado. Al ex tesorero no hizo referencia. Su distanciamento del caso es tal que si algún día se lo cruza por la calle, lo saluda.21549.993266058.329267449.997358662.4960.0000.000Agosto fue la eternidad21603.898291987.48078231.810306804.1630.0000.000APUNTES EN SUCIO
MANUEL JABOIS41292.301269611.60178298.424287101.2900.0000.000Cada vez que Díez habla, Rajoy echa la silla para atrás, como si activara una orden de alejamiento147604.438304394.690204461.922333604.6430.0000.000