MUNDO 2012WEB17AG17/08/201221:30UVEArtículo Quark (10550251)17/08/1213:09ELMUNDO.ES/$Apple/$3073ELMUNDO.ORBYT/$Sala de columnas/$Manuel Jabois/$columnas/$PRIMERALo despreciaba porque no sabía programar y lo llamaba despectivamente supervendedor, como si fuera un comercial gigantesco transido de megalomanía. Pero Gates intuía el salvaje latido de Steve Jobs como los exploradores que en mitad de la noche sienten la presencia del león; al igual que éstos, Jobs veía en la oscuridad, se movía con sigilo y atrapaba piezas impensables. Lo hizo durante tres décadas hasta que se cumplió medianamente su profecía: morir joven y dejar cuanto antes bellas obras de arte con las que sembrar el futuro. Para probarlo, todos los periodistas que escriben sobre el genio de Palo Alto dejan constancia de que lo hacen sobre una plataforma de Apple. Este artículo no es una excepción.
«Tenía más de un millón de dólares cuando tenía 23 años y más de 10 millones cuando tenía 24 años y más de 100 millones de dólares cuando tenía 25 años, y nunca fue importante porque nunca lo hice por dinero», dijo. Y aunque a veces mentía como Kissinger, según su biógrafo, en aquella ocasión Jobs decía la verdad. Tan poco le interesaba el dinero que llegó al extremo paradójico de despreocuparse de actividades filantrópicas. Su ambición era cambiar el mundo, como repetía a quien se acercase a él cuando emprendió la fabricación de Macintosh a principios de los 80. Y para ello este iluminado veinteañero, vegano extremo, tiránico e impredecible, rockstar de ego refinado, hizo algo asombroso: torcer la curva de la realidad. Ajustar la verdad a su fantasía.
Campo de distorsión de la realidad, lo llamaron en Apple. Walter Isaacson, en la biografía de Jobs, recoge el sentido de lo que movió a la plantilla del gigante de Silicon Valley a ser el faro del nuevo mundo de la tecnología. La frase que mejor resumió la disfunción de Jobs la dijo Bill Atkinson, uno de los informáticos de su equipo. Tras conseguir un código que se creía inalcanzable, reconoció: «Fui capaz de hacerlo porque no sabía que no podía hacerse». «Hacías lo imposible porque no sabías que era imposible», insistiría después Debi Coleman a Isaacson.
Aquel campo de distorsión de la realidad consistía básicamente en pedir plazos imposibles y mejoras en los dispositivos casi del género fantástico, y poner a todo el equipo a trabajar creyéndolo realizable. Una de las reacciones más comunes de Jobs al programador que le presentaba un avance era no levantar la cabeza de los papeles y decir: «Eso es una mierda absoluta». «Pero si no lo has visto», le dijo un tercero que contemplaba cómo el empleado salía sofocado. «Siempre se puede hacer mejor», respondió lacónico Jobs.
Era su carisma, esa sensación de convertirte en un antiguo amigo suyo de la infancia, el más especial de todos, lo que utilizaba para explotar al máximo el rendimiento de la empresa y también para solventar con desprecio aquello que le incomodaba y directamente no asumía, como su propia hija, cuyo embarazo trató de esquivar hasta límites inmorales. La separación de la realidad que tanto pánico y éxito sembraba en Apple fue la que lo acercó a la muerte: al principio reaccionó al cáncer como si no existiese, tratándolo con zumos de frutas y tratamientos exóticos, negándose a ser operado.
Nada fue predecible en Jobs salvo la ambición de convertirse en un dios visionario que habría de convertir una empresa multimillonaria en una religión capaz de transformar a sus consumidores, aquéllos que pagan por sus productos entre 500 y 2.000 euros, apóstoles de una causa. El porqué es conocido. Los armatostes informáticos convertidos en productos de diseño por un temperamento, el de Jobs, capaz de vivir en una fabulosa casa sin amueblar por no poder comprar un solo mueble que le apasionase verdaderamente.
Admiraba a Picasso y Dylan porque «se arriesgaban a fracasar», y actuó con sus compañeros de viaje con una mezcla despiadada de conmiseración y beneficiencia, siempre rayando en lo pragmático cuando no en un sentido apurado del espectáculo. Consumidor de LSD, creía que los antiguos consumidores de esa droga tenían una mayor creatividad, y no dudaba en preguntarlo en las entrevistas de trabajo a señores trajeados que se iban ruborizados: «Supongo que no soy el que buscan». Del genio español de la pintura recordaba una cita que puede enmarcarse en relación al saqueo de Apple a Xerox: «Los artistas buenos copian y los geniales roban».
De su inmensa vanidad da cuenta Isaacson en una anécdota que tuvo lugar en 1982, cuando creyó que Time lo nombraría Hombre del Año. Por las oficinas de Apple pasó el jefe de redacción de la revista entrevistando a unos y otros (Jef Raskin en un momento brillantísimo dijo de Jobs: «Hubiera sido un excelente rey de Francia»). La portada sin embargo fue para un ordenador personal y el título de Hombre del Año se quedó en Máquina del Año. Jobs lo resolvió a su manera, sumergiéndose en el célebre campo de distorsión de la realidad que precisamente se citaba en el artículo de la revista: achacó su no elección al redactor jefe, que tenía la misma edad que él, 27 años, «pero no había triunfado, así que enseguida me di cuenta de que estaba celoso». En realidad la decisión de elegir la Máquina del Año, aclaró Isaacson en la biografía, estaba tomada desde antes de las entrevistas en Apple.
Su segunda etapa en Apple lo exhibe paralizando el mundo con las presentaciones que ya había dejado fundadas en los 80, entendidas como un show organizado por el supervendedor que decía Gates. A la histórica puesta en largo del Macintosh, con el monólogo del joven Jobs gastando pelazo y sarcasmo hiriente contra IBM (el poder establecido y encorbatado; él y su equipo, los piratas rebeldes y contraculturales) y el anuncio de 1984, que sería nombrado después el mejor de la historia, le siguió a finales de los 90 y principios del nuevo siglo la imagen icónica de Jobs con su jersey de cuello vuelto, cabeza despoblada y delgadez que acabó siendo extrema por la enfermedad. Bajo ese inmenso anuncio que era él mismo y su manzana mordida descansaba el espíritu emprendedor y revolucionario de un carácter imbuido de filosofía zen que olvidaba en descargas de ira, cambios bruscos de humor, deslealtades clamorosas y llantinas inesperadas que abrasaban a todos en su órbita.
Jobs fue una rara avis (hospitalizado por su cáncer de páncreas, casi inconsciente, se despojó de su mascarilla por ser horrenda y exigió cinco modelos diferentes para elegir) en tanto que se convirtió en una estrella del rock en el mundo hermético y plomizo de la informática, e impregnó de amor y belleza productos de los que exigía obsesivamente hasta armonía en los chips invisibles que verían, en el futuro, técnicos de mantenimiento. Tras su acuerdo con Apple, Bono desechó la idea del pacto con el diablo: «El diablo aquí es un grupo de gente de mente creativa, mucho más creativa que muchas personas que tocan en grupos de rock. El cantante del grupo es Jobs. Estos hombres han colaborado en el diseño del objeto artístico más hermoso en la cultura musical desde la guitarra eléctrica. Eso es el iPod».
ORBYT.es
>Vea hoy un resumen de la vida de Steve Jobs.21549.95532631.078267449.960358662.4960.0000.000Un rey de Francia empapado en LSD
STEVE JOBS / EMPRESARIO
«Campo de la distorsión de la realidad». Siete palabras que explican las impertinencias, las audacias, las deslealtades y las genialidades del fundador de Apple. Y lo demás es espíritu21549.95546131.357117157.685106714.4000.0000.000Por Manuel Jabois21549.955122589.40067161.663128939.4000.0000.00020955112.jpg71850.136180973.606217149.725351254.1570.0000.000CORBIS71545.961351472.426217149.730354999.9940.0000.000Le obsesionaba una frase de Picasso: «Los artistas buenos copian; los geniales roban»
En realidad, todo lo que hizo Jobs se lee como un gigantesco anuncio de sí mismo
Su anomalía fue la de convertirse en una estrella del rock en un mundo plomizo203197.89068261.623267025.136132708.3290.0000.000