MUNDO 2012WEB15AB15/04/201321:30DXTFoto A2-54909024.JPG (14344291)15/04/1303:02ELMUNDO.ORBYT/$Sala de columnas/$Enric González/$columnas/$SEGUNDAEl error y la vida21549.987203087.49187428.088229016.6570.0000.000Dicen que un partido perfecto, sin ningún error de nadie, tiende a acabar con empate a cero. Son mucho más hermosos, sin duda, los partidos imperfectos, abundantes en pasión y fallos. El Betis-Sevilla y el Espanyol-Valencia de este fin de semana, ambos concluidos 3-3, salieron tensos, impredecibles, maravillosamente histéricos. Lo habrían sido menos sin equivocaciones arbitrales, y eso hay que apreciarlo. Los árbitros forman parte del juego y del espectáculo.
El aficionado que grita en la grada tiende a pensar que los árbitros actúan contra su equipo de forma premeditada, parcial, nazi y genocida, como los escracheadores según el PP. En realidad, no hay para tanto. Alguna vez se ha demostrado la existencia de conspiraciones arbitrales, como el denominado Moggigate: el director deportivo de la Juventus, Luciano Moggi, tenía tan controlada la Liga italiana (su hijo era el principal representante de árbitros, técnicos y futbolistas) que podía elegir quién arbitraba a su equipo. También se sabe que durante décadas los árbitros de encuentros internacionales han sido obsequiados por el club local con comilonas, relojes y atenciones femeninas. Y existe la sospecha, bastante extendida, de que en caso de duda el árbitro favorece al equipo grande contra el pequeño, porque supone que el club grande dispone de mayor influencia en los comités de designación arbitral.
En general, sin embargo, los errores de los árbitros son como los errores de los futbolistas: cosas humanas. Humanísimas, a veces. En 1975, el árbitro alemán Wolf-Dieter Ahlenfender alcanzó la celebridad en un encuentro Werder Bremen-Hannover porque pitó el final de la primera parte 32 minutos después del inicio. El resto de sus decisiones tuvo un cariz similar. Cuando el comité le convocó para que explicara sus incoherencias, reconoció que antes del partido se había forrado a cervezas y chupitos. Pero mantuvo un punto de chulería: «¿Qué pasa? Los hombres no bebemos Fanta».
Incluso los mejores, estando sobrios, pueden equivocarse. Graham Poll, considerado el mejor árbitro inglés en el último cuarto de siglo, hizo el ridículo en el Croacia-Australia del Mundial de 2006 porque le sacó tres tarjetas amarillas a Simunic. Después de eso, decidió retirarse del arbitraje internacional. Su autobiografía, Seeing red, demuestra que a Poll se le quedaron grabados sus errores profesionales. Igual que al italiano Pierluigi Collina, cuya absoluta alopecia se identificaba con un arbitraje exquisito. Después de su retirada, Collina confesó que siempre había sido seguidor del Lazio y que llegó a pensar que de forma inconsciente perjudicaba a su equipo cuando le tocaba arbitrarlo: las 10 primeras veces que dirigió un encuentro del Lazio acabaron con derrotas del club romano. Según Collina, lo de que se favorece a los grandes en perjuicio de los pequeños «es una tontería». «El árbitro debe reaccionar en menos de un segundo», explicó una vez, «y si llevara una actitud preconcebida, a favor o en contra de alguien, caería en un estado de confusión total».
Bueno. Lo cierto es que se han visto casos de confusión total. El internacional escocés Les Mottram protagonizó un par de ellos, muy célebres en el Reino Unido. En 1993, durante un Partick Thistle-Dundee United, cometió el error más clamoroso del arbitraje europeo. Connolly, del United, remató a gol casi sobre la línea. El balón rebotó en la red y volvió al campo, donde un defensor lo recogió con la mano para ir a sacar de centro. Mottram, que estaba cerca, señaló saque de puerta. Ese desastre no le impidió acudir al Mundial de 1994, donde alargó 13 minutos un Bolivia-Corea del Sur sin goles ni interrupciones.
El árbitro inglés Howard Webb es otro gran profesional lo bastante honesto como para reconocer errores múltiples en su carrera. Uno de ellos se produjo en la final del Mundial de 2010, entre Holanda y España. Webb admitió que si hubiera visto como se vio en televisión la patada de De Jong al pecho de Xabi Alonso, habría sacado la tarjeta roja. Pero el árbitro no tiene televisión. Y el hecho de que tanto en el lado holandés como en el español se criticara su trabajo indica que no debió hacerlo tan mal.
Hay quien reclama monitores en la banda, para que el árbitro pueda consultar las imágenes y decidir en consecuencia. Yo no soy partidario. Primero, porque implicaría más interrupciones del juego sin ofrecer garantías de absoluta infalibilidad. Y, segundo, porque sin injusticias arbitrales el fútbol dejaría de parecerse a la vida. Sería una lástima.21549.993203087.49677077.030358662.4960.0000.00031946.656229058.327267449.992358662.4960.0000.000ZONA CESARINI
ENRIC gonzález46770.401233122.53387397.142250314.3450.0000.00028314869.jpg139196.978203087.485267450.110332733.3290.0000.000Los jugadores del Sevilla protestan a Del Cerro Grande, el pasado viernes, en el derbi. / D. POZO / REUTERS236714.346203087.496267449.997225312.4960.0000.000